Ante una determinada entrada de información, en general, será preciso dar unas determinadas respuestas. A efectos de simplificar éstas, se han subdividido en:
– Respuesta motriz: movimiento de los brazos (denominados gestos en Ergonomía).
– Aplicación de fuerzas.
– Desplazamientos de todo el cuerpo.
– Respuesta verbal: por ejemplo, en puestos de atención al público, de información, etc.
Una vez que se conocen las exigencias de la tarea y el tipo de respuestas asociadas a ellas, es muy importante analizar otros dos aspectos: la complejidad de la respuesta y la rapidez de respuesta determinada por la propia tarea, ya que condicionarán en gran medida los factores que se analizarán posteriormente, como la carga de trabajo mental,
por ejemplo.
– Complejidad de la respuesta. Se dice que una tarea exige una respuesta muy sencilla cuando ante una entrada de información muy sencilla sólo existe una única respuesta posible; por ejemplo, luz verde encendida, introducción del
papel en la máquina, etc.
Una respuesta será muy compleja cuando ante múltiples entradas de información, caben múltiples respuestas con consecuencias muy diversas, de modo que la persona debe analizar previamente cuál es la respuesta o respuestas más adecuada ante esa situación.
– Rapidez de la respuesta. Resulta clave analizar la rapidez de respuesta exigida por la tarea y diferenciarla de la impuesta por la organización del tiempo de trabajo, ya que es muy diferente y más fácil actuar sobre la organización del tiempo de trabajo que sobre la propia tarea.
Por ejemplo, una señal de alarma en un panel de una sala de control o la respuesta a un cliente o usuario en un puesto de información al público, son casos claros de una rapidez de respuesta exigida por la tarea. Pero, el trabajar a un ritmo determinado, tantas piezas por minuto, sería algo impuesto por la organización. Resulta obvio la dificultad que entraña el disminuir Ia rapidez de la respuesta en los dos primeros ejemplos.